El pasado 2023 marcó un acontecimiento para la Causa del Venerable P. Mariano Avellana que no pasó inadvertido: se conmemoraron en debida forma 150 años desde que su figura profética puso pie en Chile, y con ello en el continente americano.
En los albores de la Congregación de Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María -conocidos hoy también como Claretianos- sus primeras avanzadas como familia religiosa de recién 21 años se habían instalado en tierra chilena dando un exitoso salto al vacío desde su natal España.
Porque en tiempos que hoy nos parecen increíbles, el superior general, P. José Xifré, los había proyectado en esta aventura insólita al otro lado del océano con un verdadero “arréglenselas solos”. Para ello traían sólo la designación como primera provincia extraespañola, mínimos recursos en los bolsillos del nuevo superior, Pablo Vallier, de apenas 32 años, y las promesas de un viejo clérigo de fácil palabra, don Santiago de la Peña, quien los fue a buscar prometiéndoles el oro y el moro.
Aceptar tal rocambolesca oferta fue para aquellos siete expedicionarios del Evangelio como quemar sus naves al dramático estilo de Cortés. Porque sólo para llegar a su destino demoraron más de un mes, y comunicarse por correo con la sede madre tardaba otro tanto.
Dicho y hecho: las promesas de don Santiago se hicieron humo a corto plazo, y en vez de administrar una obra religiosa pujante, los misioneros terminaron asentados en uno de los barrios más pobres y deplorables de la capital chilena.
Era el verdadero destino que les tenía asignada la Providencia divina.
Misionero de la miseria
Hasta aquí llegó Mariano Avellana con sus 29 años sobre la frente, el 11 de septiembre de 1873, tres años después que lo hiciera la primera avanzada de sus correligionarios.
Y lo hizo con el férreo propósito de hacerse “o santo o muerto”, en medio de las miserias, el abandono y la desesperanza en que por entonces se debatían los más pobres del país.
A la semana de estar allí asentado, salía ya por los contornos rurales de la aún pequeña Santiago, a predicar el amor de Dios hacia los más pobres y sufrientes. Para entregarles, como Cristo, consuelo, apoyo, pan, enseñanzas y herramientas para ir saliendo de su postración.
Invertiría en ello los restantes 31 años de su vida, hasta caer rendido de muerte en la última de sus más de 700 misiones, prédicas, ejercicios espirituales y encuentros por cuanto rincón de la loca geografía chilena le fue posible. Sin apenas descansar ni darse tregua. En medio de sufrimientos que hubieran arredrado a cualquiera. Porque en aquellos tugurios contrajo un doloroso herpes que lo martirizaría por 20 años, y a medio camino una herida que durante otros 10 años creció hasta el tamaño de una mano abierta, provocada talvez por lo que hoy se conoce como “bacteria asesina”.
Nada de ello frenó sus ímpetus para desplazarse en sus ajetreos de la mañana a la noche, e incluso cabalgar por campos y montañas hasta los rincones más apartados.
Venció entretanto los arranques de su genio arrebatado y las tendencias a la molicie, hasta llegar a ser conocido como “el santo Padre Mariano”, ya fuera por jerarcas, o bien por mineros de salitre, toscos ferroviarios, ciudadanos apacibles o humildes campesinos.
Ahora, a 120 años de su muerte, cuando sus devotos llevan casi 37 impetrando del Señor el milagro faltante que daría paso a su beatificación, la Congregación a la que entregó su vida celebrará 155 años. Con justificados jolgorios y bendiciones al Señor, porque el temple con que Claret forjó su espíritu por inspiración divina, ha sido capaz de dar frutos de una calidad como el ejemplo misionero de Mariano Avellana Lasierra.
Alfredo Barahona Zuleta
Vicepostulador, Causa del Venerable P. Mariano Avellana, cmf