José Javier Olguín fue ordenado presbítero en la Basílica del Corazón de María

El pasado 25 de marzo fue ordenado presbítero el misionero claretiano José Javier Olguín Herrera, tras una singular trayectoria vocacional que lo llevó a la vida religiosa después de ejercer como docente. Olguín Herrera se convierte en el primer claretiano chileno ordenado en ocho años.

La ordenación tuvo lugar en la Basílica del Corazón de María, en Santiago de Chile; la primera en el mundo dedicada por los claretianos a su Madre, junto a la histórica primera comunidad donde lograron consolidarse fuera de su natal España e iniciar su expansión por América.

En la misma basílica había recibido José el diaconado en 2019, de manos del obispo claretiano Juan José Chaparro; a esta comunidad llegó destinado hace seis meses, y en ella reside también el obispo emérito de Copiapó Gaspar Quintana, quien ahora le impuso las manos. Aquí el nuevo presbítero resumió días antes para esta crónica la ruta singular que lo hizo misionero claretiano y lo ha conducido al altar.

Los mil caminos del Señor

José nació en 1964 en Santa Cruz, entonces pequeña localidad rural y hoy próspera ciudad agroindustrial, unos 180 km al sur de Santiago. Segundo entre cinco hermanos, vivió allí hasta los 14 años, cuando vicisitudes laborales del padre llevaron a la familia a trasladarse dentro de la misma zona. Él la dejaría largos años después para viajar a Santiago, estudiar pedagogía en lenguaje y comunicación en la Universidad Católica Silva Henríquez, y licenciarse en educación a los 35 años. 

Dedicado desde entonces a la docencia en liceos y escuelas de diferentes ciudades y regiones, trabajó en pastoral vocacional, la radio y otras tareas parroquiales en la ciudad de La Ligua, región de Valparaíso. Allí se afianzó durante cinco años para ejercer un cargo como docente logrado por concurso en el liceo de Cabildo, distante unos 20 km. 

Se sentía realizado y valorado. Pero –confidencia- fue entonces cuando comenzó a sentir la inquietud vocacional hacia el sacerdocio y la vida religiosa. Lo apoyó el párroco de La Ligua, y comenzó a buscar.

Tenía ya más de 40 años. Contactó a varias congregaciones, que “diplomáticamente” le cerraron la puerta debido a su edad. Hasta que por internet conoció a los misioneros claretianos. Escribió a Roma al gobierno general, donde sí tuvo buena acogida y el contacto con el entonces superior mayor en Chile, Agustín Cabré. 

Como primera instancia éste lo invitó a almorzar en comunidad, y luego a iniciar una etapa de discernimiento visitando parroquias, colegios y santuarios claretianos entre Antofagasta y Niebla.

Cuando anunció que renunciaba a su cargo de planta en el liceo de Cabildo para hacerse religioso, provocó incredulidad y llamados amistosos de la rectoría a no hacer locuras, para desistir talvez a corto plazo y quedar sin trabajo.

Pero atendió al consejo del Señor, vendió cuanto tenía, y en 2010 inició el postulantado en la comunidad parroquial San Antonio María Claret, en la zona sur de Santiago.

No fue un inicio fácil -confiesa. Cuando “aterrizó” le tomó el peso al giro diametral que estaba dándole a su vida, y tuvo que enfrentar el conflicto interno. Pero colaboró con decisión en las tareas parroquiales, cursó un diplomado en la Pontificia Universidad Católica, y al año siguiente partió a Cochabamba, Bolivia, para realizar el noviciado. El 2 de febrero de 2012 emitía la primera profesión religiosa que lo incorporaba a la Congregación, e inició en Córdoba los estudios de Filosofía y Teología.

En 2014 llegó a Andacollo para un año pastoral como docente y catequista familiar en el colegio y el histórico Santuario. Pero se quedó, y en los tres años siguientes concluyó la carrera eclesiástica en la Universidad Católica del Norte, sede Coquimbo, y emitió la profesión perpetua en 2017.

Entre 2019 y 22 estuvo al cuidado de los misioneros ancianos y enfermos en la comunidad de Rosario, Argentina. Revivió así un voluntariado similar que había realizado años atrás en una residencia de ancianos, en el Hogar de Cristo y en una comunidad de religiosas, y redescubrió una vocación que hoy siente como muy profunda para su evangelización misionera: la misericordia con los dolores y sufrimientos del prójimo. Por algo eligió como lema de su ordenación el categórico “misericordia quiero, no sacrificios” enfatizado fuertemente por Cristo Jesús.

Celebración emocionante

Tras este largo caminar por la senda novedosa que el Señor le había reservado, el sábado 25 llegó José a recibir del obispo Gaspar la imposición de manos que por fin lo ha convertido en presbítero, a los 58 años. En una emotiva eucaristía que concelebraron el superior provincial de San José del Sur, Mario Gutiérrez, y más de una docena de misioneros de las comunidades de Chile y Argentina. A ellos se sumó el chileno Arturo Morales, próximo a cumplir 30 años de evangelización en Taiwán.

La familia de José, encabezada por su hermana mayor, Viviana, quien le impuso la casulla presbiteral; delegaciones de ciudades donde antaño ejerció la docencia o el trabajo pastoral; de las numerosas comunidades en que ha evangelizado como misionero claretiano, más numerosos amigos, dieron a la ordenación un marco de emotiva celebración refrendada con el aporte musical del prestigiado Coro Voces Claretianas.

Tras la ceremonia, un alegre ágape en el jardín de la comunidad anfitriona selló el verdadero acontecimiento familiar claretiano en que José Javier Olguín Herrera fue constituido presbítero al servicio misionero del pueblo cristiano.

El domingo 26 celebró ante una numerosa asamblea la tradicional Primera Misa. En el mismo primer templo basilical cordimariano tan estrechamente ligado a su novedosa historia personal.

Ordenación:

Primera misa:

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