La despedida de Alfredo fue un momento lleno de emoción y tristeza para todos los que lo conocieron en Claretiana, donde trabajó durante 45 años. Alfredo era un hombre bueno y amable, conocido por el amor a su familia y su pasión por Racing, su club de fútbol. Su pérdida repentina dejó a todos impactados y sin palabras.
Alfredo ingresó a Editorial Claretiana en mayo de 1978, siguiendo los pasos de sus hermanos Carlos y Pepe Aranda, quienes ya trabajaban en la editorial hacía algunos años. Allí conoció a Silvia con quien se casó y formó una familia con la llegada de Evangelina su única hija. Sus 9 horas de trabajo diarias transcurrieron siempre en la Distribuidora. Se destacó por su dedicación y compromiso con el trabajo, su tarea fundamental era «servir» los pedidos que llegaban diariamente. Cada libro que llegó a las manos de las personas, primero pasaron por su servicio silencioso y responsable. Alfredo colaboró con su tarea al servicio de la Evangelización desde un lugar tan indispensable como imperceptible, y fue parte de esta tarea misionera y claretiana, con oficio y profesionalismo.
Discreto y reservado, siempre estuvo atento a lo que se necesitaba y se le solicitaba, aunque no fuera su tarea específica. Mantenía un orden y limpieza envidiable en las estanterías de los depósitos. Cuidaba como propio el material y lo protegía del paso del tiempo. La Editorial era parte de su vida, tal vez por eso con sagrada dedicación llevó su pasión por Racing – “La Academia”- a las paredes de su lugar de trabajo, algo que su hija Evangelina, agradecida y emocionada, pidió que se conserve en su memoria: “Les quiero dar las gracias a todos de corazón, por el amor con el que recordaron a mi papá y por la ayuda económica que hicieron con todo amor. Él los quería a todos y amaba a su Editorial. Cuiden el santuario de mi papá si pueden, que lo armó con mucho amor.”
La noticia de su partida dejó a todos desconcertados. No hubo indicios en su salud que hicieran suponer este final. Su hija Evangelina fue quien comunicó el fallecimiento, revelando que su padre había sufrido varios infartos antes de su deceso. A pesar de los intentos desesperados de reanimarlo, su corazón finalmente se detuvo y Alfredo vivió su Pascua.
El lunes 3 de julio en una sala velatoria de la zona sur del conurbano bonaerense, le dieron su último adiós familiares, amigos y compañeros. Al día siguiente, una misa en Casa Central fue celebrada en honor a Alfredo. Como sacramentos de su vida estaban aquellos elementos que simbolizaban su presencia: una mesa desvencijada -de la que no se deshacía-, la radio donde escuchaba “la hora de Racing” -su pasión futbolística- y elementos de trabajo diarios. El Padre Domingo Grillía, Director de la Editorial, con palabras certeras y precisas rescató la última enseñanza de Alfredo: la importancia de reconocer lo bueno en los demás y de valorar y cuidar la vida del otro en medio de la rutina diaria: “la partida de Alfredo fue la manifestación más plena de la fragilidad de nuestra vida. A veces nos creemos tan dueños de ella, que no percibimos su endeblés… Yo soy de los que creen que la muerte de un ser querido es un último servicio que nos presta, porque no obstante nos hace reflexionar sobre nuestra propia vida, sobre los valores que la sostienen, sobre el horizonte de futuro y de eternidad que estamos llamados a alcanzar, gracias a la Vida Plena que nos ofrece el buen Jesús resucitado…”
Sin duda la partida de Alfredo Aranda deja un vacío profundo en Claretiana. Su rostro y sonrisa quedarán grabados en cada rincón de la Distribuidora y en el corazón de aquellos que tuvieron el privilegio de conocerlo. Curiosamente y entre tantas anécdotas se recordó su amor por el teatro. “Un pilar del Teatro Escuela Horizonte en todo sentido. Albañil, pintor, constructor… Aparte de ser un muy buen actor”. Y agregan sus compañeros artistas: “Siempre hacía los personajes que no le tocaban hablar. Sin embargo, su expresividad era tal, que era el más aplaudido de todos”. Hoy tambien se ha llevado el mejor aplauso. El aplauso por su vida y su testimonio sencillo de hacer lo ordinario de manera extraordinaria. Eso que suelen hacer los santos de la puerta de al lado.